¿Sabéis quien era Copérnico?.. Pues, un astrólogo.
¿Sabéis quien era un tal Mariano Castillo y
Ocsiero?.. Pues, otro astrólogo. Pero este era español. Y ¿sabéis que es lo que
creó y por qué le llaman cariñosamente el “Copérnico español?.. Pues, os lo voy
a contar.
Este señor, mañico él, nació en un pueblo de
Zaragoza llamado Villamayor de Gállego y se dedicó a predecir el tiempo que iba
a hacer, y así, andando y andando y mirando las estrellas, la luna y el sol y
estudiando los vientos, llegó a publicar en el año 1840, para ganarse algún
dinerillo, un libreto llamado El
Firmamento, donde hablaba de todas estas cuestiones.
Pasado el tiempo y en honor a un colega, también
aragonés, llamado Victoriano Zaragozano, cambió el nombre del libreto por el de
Calendario Zaragozano, aunque al
principio le llamó, rimbombantemente, "El verdadero y único legítimo calendario zaragozano para el año de (...), arreglado para
toda España", y como en este país todo se tiende a sincopar,
terminó por llamársele simplemente “Calendario Zaragozano”. No solamente habla
de predicciones meteorológicas, sino también trae un santoral y una relación completa
de las ferias y mercados de España. Así mismo, también trae un amplio compendio
de citas y refranes tradicionales y cómo no, los signos del zodíaco, junto con
los calendarios gregoriano, judío y musulmán. Vamos ¡una joya!!!
No
había casa de labrador que no tuviese su Calendario Zaragozano, donde
asiduamente consultaba el tiempo que iba a hacer y así adaptaban las labores
agrícolas al tiempo que previsiblemente iban a tener. No hay que decir, porque
ello es obvio, que dicha predicción meteorológica fallaba más que una
escopetilla de feria. Y no era extraño tener heladas tardías o lluvias
torrenciales no previstas. Para enseñar mejor a aquellos agricultores que no
tenían tantas maquinarias como hay ahora, los refranes que aparecían en el
calendario, todos estaban relacionados con la agricultura, para que las
cosechas fuesen lo más abundantes.
El
vaticinio del tiempo se hacía previa observación meteorológica del año anterior
y creo que influiría en la predicción, las cabañuelas, esa observación del
tiempo a través de los primeros veinticuatro días del mes de agosto.
El
calendario tiene el sabor de lo antiguo; el sabor de nuestro pasado; el sabor
de nuestros ancestros; nuestro sabor. ¡Que pena que sea ese gran desconocido
hoy día! Es fruto de nuestra milenaria cultura popular que se vende en quioscos
y librería por el módico precio de 1.80 euros. ¿Dónde, una fuente tan de
sabiduría, vale tan poco?
Sirva
esta pequeña entrada en el blog, como defensa de una “obra de arte” que, aunque
olvidada de muchos por las nuevas tecnologías, está ahí al alcance de
cualquiera que quiera consultarla.
Ana María Lillo
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